jueves, 17 de enero de 2008

Es que el tiempo llega y se pasa...


“...me quedé sólo con ella y su pena... y todos los animales y los pájaros y los nuevos campos llenos de flores y las lombrices que salían de sus huevos bajo tierra para comerse las flores. También estaban las águilas reales que venían y se comían las lombrices; las águilas eran tan comunes como las gallinas. Las lombrices lograban un armisticio entre todas las aves y todas andaban juntas... pero la pena de mi compañera se resistía a las águilas porque para ella las águilas no significaban tanto como para mí.
Claro, ella nunca había estado tumbada bajo un enebro por encima de la línea del bosque en lo alto de un collado de nuestras montañas con un rifle del 22 esperando a que acudiesen las águilas al reclamo de un caballo muerto que había servido de cebo para un oso hasta la muerte del oso... y luego para ellas.
Las águilas planeaban muy alto cuando las veías por primera vez, venían todas ellas desde muy lejos hacia las montañas nevadas que podías ver si te ponías de pie en vez de estar agazapado debajo del arbusto. Esta vez eran sólo tres y giraban y planeaban y se mecían en las corrientes encontradas y las contemplabas fijamente hasta que el sol te ponía manchas en la vista. Entonces los cerrabas y a través del rojo el sol seguía allí. Los abrías y mirabas por el límite lateral de la mancha de sol y podías sentir el escrutar de los ojos en sus cabezas como diciéndote que muy bien podrías ser también la víctima.
Había hecho frío por la mañana temprano y la noche había regado todo el terreno con su rocío helado, entonces entrabas a su casa y mirabas al caballo y sus dientes demasiado viejos ahora tan a la vista cuando siempre habías tenido que levantarle el belfo superior para vérselos… parecían en cierto sentido como resignados. Era un belfo amable y elástico y cuando lo habías conducido a aquel sitio para morir y soltaste el ronzal se paró tan gallardamente como siempre se le había enseñado a pararse y cuando le acariciaste la estrella de su cabeza negra donde asomaba el pelo gris se había acercado para pellizcarte el cuello con los belfos. Había vuelto la vista para mirar al caballo ensillado que habías dejado en el límite del final del bosque como si se preguntase que hacía allí y qué era ese juego nuevo. Y de pronto recordaste lo maravillosamente que veía siempre en la oscuridad y como te sujetabas a su cola para bajar por los senderos cuando tú no podías ver nada de nada y cuando el sendero seguía bosque abajo por el borde de las rocas en la oscuridad.
Siempre lo hacía bien y entendía cualquier nuevo juego.
Así que lo habías traído aquí arriba porque alguien tenía que hacerlo y tú no podías hacerlo si no era con delicadeza y sin sufrimiento, qué más daba en todo caso lo que sucediera después.
El problema al final era que se creía que era un nuevo juego y se lo estaba aprendiendo. Me dio un bonito beso con su belfo gomoso y comprobó la posición del otro caballo. Sabía que no lo podías montar por la forma en que se había partido el casco, pero esto era nuevo y quería aprenderlo.
—Adiós, viejo Kite— le dije y le tomé la oreja izquierda y le di unos golpecitos con los dedos —sé que tú harías lo mismo por mí.
No entendió, desde luego, y quiso darme otro beso para demostrar que todo estaba bien, como preguntándome porque lloraba... cuando vio aparecer el arma. Creía que podría evitar que la viera, pero la vio y sus ojos sabían lo que era y se quedó muy quieto... temblando, retrocedió dos pasos y volvió a pararse tan firme como siempre tomando esa postura tan digna ante lo inevitable, pero lo vi temblar nuevamente y sabía que estaba terriblemente asustado, así que ajusté mi rifle lo más firme que pude aunque me temblara terriblemente el pulsó y le disparé en la intersección de las líneas cruzadas que van desde el ojo a la oreja contraria y las patas se doblaron inmediatamente bajo su peso y se derrumbó de golpe y ya era cebo para osos.
Ahora, tumbado bajo el enebro, mi dolor no había acabado. Siempre, toda la vida, sentiría lo mismo por el viejo Kite, y esa era una promesa que le había hecho la noche anterior al regalarle una ración doble de lo que sería su última comida, pero miré sus belfos y ya no estaban allí porque las águilas se los habían comido y sus ojos que también habían desaparecido y adonde el oso lo había abierto de modo que quedaba hundido y el parche en donde el oso comía hasta que yo lo interrumpí y esperé a que bajasen las águilas.
Necesitaba del dinero para sobrevivir, necesitaba vender el plumero de sus colas, sus garras y sus picos... pero igualmente me sentía en el fondo tan cretino que había vuelto a llorar y juro que en ese instante hubiese dado todo lo que no tengo por haber podido regresar quince minutos el tiempo y disfrutar otro de sus besos o perderme en el azabache tan profundo de sus ojos buenos.
Entonces, interrumpiendo mis pensamientos, vino una en picada con un ruido como de proyectil de artillería para atacar al viejo Kite como si tuviera que matarlo. Luego se paseó muy pomposa y empezó a picar en la cavidad. Las otras llegaron más suavemente y con las alas reposadas para comer del cuerpo de mi amigo y socio que yo mismo había matado... y pensé por última vez en todo lo que vivimos juntos, en las enormes tardes cuando de aún potrillo le enseñé las primeras aventuras, en las imborrables tardes cuando me enseñó a ser digno y a mirar al mundo siempre con la cabeza erguida. Ya todo era pasado; mate a dos o tres o..., luego tomé lo que quería y en un último vistazo sólo atiné a unas últimas palabras:
—Hasta luego viejo amigo... hasta pronto hermano...”

Ernest Hemingway. Al romper el alba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

NUNCA NOS OLVIDEMOS DE LUCHAR POR NUESTROS IDEALES Y MUCHO MENOS ABANDONAR UNA CAUSA JUSTA, POR TAL MOTIVO NO RENUNCIEMOS A LA SOBERANIA EN NUESTRAS QUERIDAS ISLAS MALVINAS Y A LA LUCHA CONTRA EL INVASOR INGLES.

PATRIA O MUERTE.
COMANDANTE BUDA